Por
Monserrat Mendoza
Su pasión
por la velocidad es legendaria en los “piques”, desde que se hacían en la
avenida Juárez. El muchacho es el más atrevido, el más guapo, el mejor. Llega
con su sixpack de cervezas, se baja de su moto y saluda con un gesto altanero a
todos los “chiquilines” que ya empiezan a murmurar de él.
Mira a su
alrededor en busca de una chica nueva, alguna a la cual enamorar y llevarla a
pasear después. No mira ninguna, bebe un poco más, espera su oportunidad.
Algunos
nuevos quieren retarlo pero no se atreven. Los del patrullero se cansaron y se
van a dar una vuelta. La música empieza a sonar fuerte y el ruido de los
motores rugientes se opaca por la voz de un cantante de moda. Las botellas de
cerveza ya están vacías y es hora de correr, de sentir la adrenalina.
Hay una
chica nueva, escasamente vestida, que lo mira. Es hora de impresionarla, con
mucha “cancha” le corresponde por un instante la mirada para dirigirse a la
pista con su poderosa moto. La cerveza en la mente logra que dos muchachos lo
reten. Los tres se alinean con los motores rugiendo y se sienten como en una
película de cartelera. La chica deseada funge de largada viviente y les da la
señal de salida bajando el brazo con fuerza, ellos salen disparados.
Mientras
deja atrás a sus competidores (como era de esperarse) el muchacho se pierde en
el vértigo de la velocidad. Está en la plenitud de sus 22 años, estudia en la
mejor universidad de la ciudad y tiene dinero y chicas a su disposición. “Soy
un ganador”, piensa. Todo lo puede, como el aumentar la velocidad de su
máquina, es un semidiós y todo a su alrededor le obedece, en especial su
vehículo, así que lo fuerza más y más para que ruja, para que vuele, al final
de la recta hay una curva que se le olvida al muchacho. En una milésima de
segundo ve el muro de sillar, pero piensa que lo atravesará porque es un héroe,
nada puede contra él y acelera más y más…
Hace poco se
supo la noticia que un joven que murió, de la manera descrita, en los llamados
“piques”. No importa su nombre, importa que el alcohol lo impulsó a manejar
temerariamente y que nadie lo contuvo.
A pesar de
que se aumentan las sanciones para los conductores ebrios que provoquen
accidentes, con multas media de $ 1,750.00, siguen proliferando los accidentes con
esta causal en nuestra ciudad.
En nuestra
cultura poblana el “conductor designado” es un saludo a la bandera. Nadie
quiere quedarse toda la noche sin beber licor y divertirse ya que “alcohol y
diversión” son sinónimos en la actual sociedad consumista.
Hasta que no
cambien los parámetros de cultura y se invierta en programas de concientización
a nivel masivo para crear un verdadera “Cultura etílica”, nada se logrará con
la implementación de nuevas multas, solo que se congestione la burocracia en
torno al pago de las mismas. Mientras, los muertos seguirán tiñendo de rojo las
conciencias de las autoridades locales.
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