jueves, 6 de diciembre de 2012

Vida y estilo



De antros y cosas peores
 
 
                                                                             Por: Oscar Manuel Rubio Fajardo


Sin duda, una de las cualidades que siempre ha poseído el ser humano es el gusto por la diversión y el disfrutar de las cosas que le provocan placer. Podríamos enumerar muchísimas de las cosas de las que disfruta el hombre, pero sólo mencionaremos las  más comunes: iniciamos con el sexo, seguimos con la degustación de la comida, continuamos con la buena música, en seguida las drogas y para terminar, la relación con otros.

En todas las épocas estos placeres han estado presentes en diferentes circunstancias y lugares.  Sin embargo, hoy día existe un sitio que conjunta todos los placeres antes mencionados en uno solo y es por ello que su popularidad actual es imposible no reconocer: El “antro”. También fue conocido como disco, en otras épocas. Es un lugar diseñado para el esparcimiento “sano” de la juventud actual. Consta de elementos básicos que en conjunto logran tener un gran  impacto para los amantes de los placeres nocturnos. Físicamente es una especie de fuente de luz para un insecto. Es un lugar “luminoso”, llamativo. Se construye fácilmente, pues en realidad es un espejismo de la noche, un espejismo disfrazado de efectos de luz y opio para la inexperiencia.

Los antros son lugares de moda, donde los concurrentes pueden bailar, socializar o consumir bebidas alcohólicas y, en general, se tiene el entretenimiento como objetivo principal, pero ¿de verdad el objetivo será divertirse?

Yo creo que la diversión  en el antro es muy muy subjetiva. Subjetiva en el sentido del significado que cada persona le da al término “diversión”. Sin embargo, la necesidad de diversión se debe a las ganas de terminar con la rutina, con algo que nos entristece o empobrece. Cruelmente el antro nos ofrece diversión fácil, pero aquí el problema radica en qué tan sincera es tu necesidad de antro. Habrá quienes solo quieran bailar, otros quienes quieran conocer a alguien nuevo, olvidar sus amarguras o tener una noche de pasión.

No quiero manchar a los “benditos” antros, solo que por culpa de la “madurez” de algunos que acuden a ellos se han etiquetado estos establecimientos como la fuente de perdición y  vicios.

Creo que lo anterior, en parte, es cierto y lo es por el simple hecho de los altos índices de alcoholismo y consumo de otras sustancias nocivas entre los jóvenes de nuestros días. Y en segunda,  es cierta porque creando una lógica simple es natural que quién no se conoce bien a sí mismo no tenga la menor idea de cómo resolver sus angustias. El antro ofrece un abanico enorme de opciones para liberar los problemas, pero seguramente la cruda moral será el recuerdo que más aparezca después de una noche de enfrentamiento contigo mismo. La próxima vez que quieras ir al antro piensa antes si de verdad quieres y debes estar ahí.

Sí, el antro es una especie de cueva profunda, una cueva en la que solo los expertos no se pueden perder.

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