jueves, 24 de enero de 2013

Crónica urbana


ODISEA CITADINA
CRUZAR LA CIUDAD... EN AUTOBÚS


Por: Yolanda Enríquez


Hace ya un par de semanas, debía ir presurosamente (en sábado por la mañana) al Complejo Cultural Universitario, el cual como ya sabemos se localiza al sur de la ciudad. Sin embargo, una noche anterior, después de una salida de antro, unos maleantes habían forzado mi carro rompiéndole la chapa.

Dadas las circunstancias me apresuré a abordar “la micro” hacia mi destino. Cabe aclarar que mi casa  se localiza al norte de Puebla.

Eran las ocho de la mañana y al subirme el hedor (porque no era ¡olor!) se hizo penetrante e insoportable. Es en este punto en el cual no sé a quien criticar, si al chofer por no abrir las ventanas y mantener aseada su unidad de trabajo, o bien a los pasajeros que de igual manera despedían un olor no muy agradable.

Tomé asiento  junto a una niña de unos 13 años aproximadamente, al parecer, su madre y su hermana  iban en los asientos delanteros de nosotras. Me sentí tranquila de no tener que compartir lugar con otra persona, hasta que la madre y las niñas comenzaron a hablar. La plática, además de tener un rico léxico de palabras altisonantes, planeaban la forma en la que la niña (sí, la niña de 13 años sentada a mi lado) le pegaría a una de sus compañeras saliendo de la escuela, la agarraría de “las greñas” y la azotaría contra la pared. Lo repito: no tenía más de 13 años.

Claro está,  me encontraba más que atónita, completamente sorprendida. Las niñas y la madre (para mi muy buena suerte) se bajaron del camión.

A la mitad del camino, se subió un señor diciendo que tenía un gran problema y que necesitaba de nuestra ayuda. Ya sabes, el típico discurso: “Una ayuda que no afecte su economía y si no tienen con una sonrisa me conformo, prefiero hacer esto que estar robando.”

El hombre olía mal, lucía humilde, sucio y su mirada estaba perdida. Cundo se estaba acercando a mí, para que le diera una ayuda económica (yo, con una actitud solidaria) al tipo se le ocurrió decirme: “¡Estás bien buena chiquita!” , en tono del Vítor de Los Sánchez.

Inmediatamente y de forma natural y espontánea le grité: “¡Muérete naco!” A lo que él me respondió: “¡Muerte pinche fresa!”

Tal era mi indignación que decidí bajarme del autobús y esperar otro. Abordé  el siguiente y después de unas “carreritas” entre los conductores, topes pasados a unos 60 km/h, empujones (¡no!, arrimones no, gracias a diosito santo y a la virgencita de Guadalupe) y gente saliéndose por las puertas del micro, logré tomar asiento. Cabe destacar, que en los microbuses casi ningún hombre cede el asiento.

Para terminar con mi odisea, me topé con un hombre que iba comiendo guayabas con la limpieza y pulcritud de un simio. Se comía la fruta y la cáscara la aventaba por la puerta. Al darme cuenta de la situación, de la manera más tranquila procedí a decirle: “Oiga señor, ¿qué no le da pena?”

El horrible hombre comenzó a reírse y no creerán lo que hizo. Tomó una cáscara y la arrojó hacia mí. No me atinó, pero la acción es la que cuenta. Y grité nuevamente: “¡muérete naco!”

Bajé del camión muy enojada, ¡tenía ganas de quejarme con alguien!, con quien fuera, con la policía, con la FEPADE, con los guardias de “Emperador”.

El transporte público es el total reflejo de la sociedad mexicana, no hay mejor espejo de nuestra sociedad que “la micro”. Todos van amontonados porque van tarde y la impuntualidad va a bordo. Gente que se quiere aprovechar de las buenas acciones de otros quitándoles con mentiras el dinero. La basura y la suciedad en la micro lo dice todo, al igual que las ofensas y  los empujones.

Cansada y apurada por llegar a mi destino, me propuse no volver a gritar: “¡muérete naco!” y tomé un taxi.

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